jueves, 22 de octubre de 2009

Sonrisa de intención pura


Esa sonrisa en tu rostro... no sé cómo interpretarla.

Si hubiera un espacio donde nadie sospechase nada, me dirías lo que se encuentra detrás de esa fachada de marfil, acompañada solo conun recorrido suave de tu mano por el contorno de mi rostro, sin necesidad de palabras.

Estoy queriendo que en esa sonrisa tuya, tan cristalina y frágil, siempre haya intenciones destinadas solo a darme un poco de alegría y, si no es mucho deseo, felicidad también. Desearía que no me hicieras llorar ni una vez, porque entonces la felicidad que viniese de ti no tendría ningún sentido ni valor.

Y qué cosa más invaluable en el mundo para mí que nuestras sonrisas conjugándose en un instante de placer compartido, que ojalá durase para siempre...

sábado, 17 de octubre de 2009

Perdedora de tiempo

Me levanto temprano para desechar los despojos de mis horas perdidas. Las horas en las que pasé, sin éxito, bregando por intentar cumplir sueños, hablando de temas que al parecer a nadie interesa, corriendo tras el viento en busca de un nuevo aire...
Llevo conmigo un reloj para medir y contrarrestar la displicencia con la que trato al tiempo y con la que éste me trata a mí.
Transparento, ante quien me mira y me saluda y se detiene a hablarme, una angustia hecha sonrisa que se apresura a esconderse con el capcioso correr de cada instante.
Al final de la tarde, las agujas de mi reloj me anuncian, de brazos caídos, que no queda ningún pobre minuto que aprovechar.

martes, 6 de octubre de 2009

Si no lo vuelvo a ver...

Si no lo vuelvo a ver, si no me perdona lo que le hice sin quererlo, me quedará al menos el consuelo de que sepa que yo jamás podría quererlo más que como amigo. Y la lección, para el futuro, de no cometer el mismo error de jugar con alguien de esa manera.
Lo nuestro no era más que coqueteo: miradas más que furtivas, casi siempre acompañadas de una sonrisa; caricias veladas y algún beso que no debió ser. Y le consentí aquel juego porque me encantaba el excitante halago que sentía al comprobar mi atractivo hacia alguien que se interesara así por mí. Con todo, él no me gustaba; más bien me complacía sentir que estaba atraído por mí, y solo era algo de un instante: al siguiente actuábamos ante los demás como si nada pasara. Nada más que una emoción pasajera era lo que sentía por él. Yo solo quería ser su amiga.
Pero, andando el tiempo, se enamoró de mí (cosa que ni siquiera averigüé ya que había asumido que él pensaba lo mismo que yo) y la situación se salió del alcance de mis manos, a tal grado que empecé a rechazarlo: a no saludarlo, a celarlo, a evitar cruzarme con él y a cortarle el trato e impedirle decirme nada, porque mi confianza en él estaba cayendo en picada y no podía ya considerar la considerar la posibilidad de tenerlo de amigo a secas con todo lo que yo le inspiraba. Era una amistad que temía perder antes de tenerla.
En efecto fue así. Yo no pudo evitarlo y él no pudo soportarlo. Lo hice sentir miserable; lo digo con todo el dolor de mi alma. Se invirtieron los roles y entonces fue él quien hizo cumplir la ley del hielo.
Hoy serán dos meses desde que no lo veo. Si algún día se cruza de nuevo, el destino decidirá si entre él y yo todo toma un nuevo rumbo.