miércoles, 30 de diciembre de 2009

Aprendí, estando aquí...

Desde que decidí, un poco a lo loco, abrir este blog, hace unos ocho meses, lo hice con el fin de definir un lugar lo más seguro posible para dar rienda suelta a mis opiniones y pensamientos -y algo de mi veta creativa- y deshacer así el temor a que los demás se burlaran, molestaran o me irrespetaran y me impusieran aplicar autocensura. Ahora puedo decir que ya lo estoy superando, y eso que aún me queda mucho por contar, así que este es solo el inicio y se puede seguir esperando alguna sorpresa insospechada.
Lo que no me imaginaba era que escribiendo ciertos detalles de mí, descubriría cosas acerca de mi relación con otros y el mundo que me rodea, y que sacaría lecciones que estimo tanto que sé que serán valiosas para seguir mi camino de aquí en adelante:
Aprendí, en este lugar, que está bien expresar lo que se piensa y siente, y que, a menos que sea insultando, no estoy agrediendo a nadie. Pero, si aun haciendo yo lo correcto quien se siente aludido se ofende, debo despreocuparme de ello. Ya se sabe, una opinión aun bien dada es una agresión para muchos, pero no significa que yo sea mala, a menos, dije antes, que llegue al insulto, algo que sucede en raras ocasiones.
Aprendí a sentirme segura diciendo lo que siento tal como me sale del alma, pero con asertividad; y a sentirme cómoda usando las palabras que quiero, que nunca son groseras... Es decir, que son los demás los que me gritan palabrotas al ser puestos en evidencia con mis opiniones. A fin de cuentas, opiniones son opiniones, no siempre son la verdad absoluta.
Aprendí, por ende, que es muy triste ver personas queridas que se niegan a reconocer sus errores y que, inconformes con eso, necesitan pisotear a quienes vean cara de bolsa. En consecuencia, me ha sido impuesto aprender que estas gentes tienen corazón perverso y resentido y que es casi imposible que cambien y que -por tanto- debo defenderme de sus ataques, con sus mismas armas, de ser necesario.
También aprendí que yo soy la responsable única de mi felicidad y que no puedo hacer a nadie depositario perpetuo de ella, porque alguien muere, nos traiciona o simplemente se aleja y todos erosionan la carne viva de nuestros corazones, para bien o para mal.
Aprendí, en otro orden de ideas, que, por más atractiva que sea para un hombre, no debo anular mi dignidad por él ni traicionarme a mí misma para complacerle; que más le vale que me acepte y quiera como soy y que esté dispuesto a acompañarme, si no prefiero seguir señera, ¿qué más da?
Por último, aprendí que muchas de las personas que veo siempre a mi derredor no han hecho más que entorpecer mi senda, ponerme una zancadilla y sus sucios pies en mi cabeza una vez que me ven caer, así que me obligo a desapegarme de su influencia como si de un equipaje pesado cual lastre e inservible cual basura se tratase; y rodearme de gente soñadora, optimista, trabajadora, que tenga un ideal por el cual luchar. Igual que yo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sé que no me olvidas


Tú no me olvidas.


Lo veo en tu mirada esquiva y casi inexpresiva, antes contento al mirarme y que hoy me ignora con deliberación.


Lo percibo en tu trato distante, que de repente acorta el espacio entre nosotros a solo un palmo, pero que luego lo deshaces.


Lo oigo en lo que eran, en un pasado, palabras cariñosas dedicadas a mí; y hoy son solo silencios en los cuales parezco yo finada y sepultada.


Noto tu actitud tipo "si te he visto ni te conozco" cada vez que nos miramos de frente.


Definitivamente sí que estoy segura: por muchos que sean los intentos, no has logrado olvidarme. Siempre tienes un breve espacio de tiempo para dejar tus pensamientos en mí.


Tengo la impresión de que tu indiferencia viene dada por una espina incrustada en el alma, y me gustaría saber si fui yo, al menos incidentalmente, por apatía o frialdad, quien hizo que tal espinita se clavara en tu corazón y te hiriera. No te puedo asegurar nada, pero quiero ayudarte a sacarla, curar el daño causado y procurarme tu confianza de nuevo.


Hasta luego.

martes, 8 de diciembre de 2009

Bienvenida (de nuevo), esperanza

Esperanza. Una palabrita que siempre me pareció un poco extraña, a pesar de lo cercano que podía sentirla. Por lo cual no todo el tiempo me ha resultado fácil tenerla, dada mi naturaleza melancólica que, en ciertos días, se torna tan densa que pienso que acabará conmigo.
Pero nunca es así: días después logro salir de ese trance a fuerza de saber posible que lo superaré. Tan solo entonces digo, con la cara y el optimismo en alto: "¡Bienvenida de nuevo, Esperanza!"